24.4.07

PAPELES EXTRAVIADOS VUELTOS A HALLAR (2001)
























PERE-LACHAISE

Hay sol,
la luz salta y rebota de las piedras al verde,
de las matas florecidas al pleno color;
el otoño que empieza a inaugurar los ocres
no logra todavía disciplinar el gris.

A cada paso alguien me sale al encuentro
como si yo fuera un familiar
–con un enorme ramo de flores– que viene de visita.

En la entrada no más me saludó Alfred de Musset;
algo me comentó sobre la Confesión de un hijo del siglo,
y de un capítulo que no quiso incluir;
luego me indicó que su amigo Chopin está cerca de allí.
Cuando ya me alejaba tiró una pregunta: “¿el romanticismo, prendió?”

La tumba de Abelardo y Eloísa
góticamente gastada por el tiempo
es melancólica como las cenizas del olvido.
¿Pero ellos, descansarán allí?
De tarde en tarde es posible sorprender a novísimos amantes
pactando sobre la corroída piedra algún amor eterno e inviolable.

Modigliani da tregua a su delirio de pasiones y ajenjo junto a Jane Hébuterne;
ya es célebre; no le hablen de pintar.

Sobre la tumba de Colette hay un ramito de margaritas frescas:
seguro que Claudine acaba de dejarlas allí.

Y usted, don Juan Bautista Alberdi,
cerrar los ojos tan lejos de su casa –de su florido Tucumán–
¿cuándo echó dos vueltas de llave a su mausoleo parisino y se mandó a mudar?

Oscar Wilde me dice que prefería la humilde tumba
donde su portero dejo aquella corona “A mi inquilino”,
a esta esfinge de piedra que le impide volar.

Lejos de todos, escondido,
escapando todavía de sus acreedores, descansa Honoré de Balzac.

A Marcel Proust ya no lo ahoga su asma nocturna pero igual cierra todo;
enciende la lámpara; abrigado e inmóvil escarba en sus recuerdos con apretada letra
buscando un tiempo perdido (¿o recuperado?) que ya no habrá de terminar.

En la tumba de Piaf no había nadie.
–Es raro–, me dijo un cuidador.
Pero no habíamos escuchado en el árbol más próximo un gorjeo de gorrión.

Maestro Ingres, usted tan austero, tan serio:
¿justo aquí se le ha dado por tocar el violín?

Cézanne –modesto y necesario como el pan–
prefiere hablar de Zola, se niega a hablarme de él;
le digo de la importancia de su obra,
me mira, mordisquea una manzana, y se larga a reír.

A Molière no logré verlo:
estaba en su retiro campestre junto a la condesa de Noailles y La Fontaine
comentando acerca del teatro de Beaumarchais.

Gertrude Stein:
¡qué sorpresa
encontrármela aquí!

Ya de regreso, envuelto en una suave brisa,
entré al molino a invitación de Alphonse Daudet.

Volví contento, después de saludar a tantos amigos,
mientras caía la tarde por la rue du Repos.
Muy pocas veces me sentí tan bien.

“El cementerio del Père-Lachaise está vivo”,
recuerdo que pensé.



7 DE LA TARDE EN LA GARE DE L’EST

Los ómnibus y el métro depositan ingentes cantidades de cansados,
grandes paquetes humanos que corren hacia la paz de la banlieue.

Los amantes se despiden con los ojos cansados pero el cuerpo como de viento
en el cruce del boulevard de Strasbourg y rue de la Fidélité.

Un motociclista cruza con semáforo en rojo en su destino de 
joven suicida.
Un grupo de negros dialoga en su lengua tribal.
Un ex combatiente lisiado murmura groserías sin dejar de escupir.
(¿Habrá perdido su pierna en la Resistencia o en un vulgar accidente menor?)

Un contingente de turistas-fuera-de-zona con rostros demudados
hace gesto de desesperación.
Una pareja adolescente se eterniza en un beso 

como si acto seguido fuera a morir.
El argelino con su botella de vino envuelta en diarios
zigzaguea hacia su cuarto de pensión.
Madame aguarda con paciencia a que su perro haga sus necesidades;
uno de los tantos perros consentidos, mimados, siempre bien cuidados
por los vecinos de la Ville de Paris.

Grita un diariero.
Corre aullando sirena una ambulancia.
Ulula un patrullero buscando espacio abierto.
Un niño es arrastrado por su madre mientras gasta su chupetín a lengüetazos.

Anochece.
El cielo no quiebra la llovizna que comenzó hace un mes.

La estación fagocita viajeros silenciosos;
todo es un sostenido monólogo interior.

Nadie me mira.
Tengo la sensación de ser un dinosaurio con corbata
que intenta ver la luz de sus hermanos
en la Ciudad Luz.

París es una alienación cotidiana como Tokio, Buenos Aires o Nueva York.
Las siete de la tarde contagia la misma locura en todo el mundo,
¿por qué debo esperar que esto sea mejor?

Necesitaba pensar en algo hermoso:
me fui pensando en vos.



TERAPIA INTENSIVA

No sé la soledad que llevo
en esta asepsia de terapia intensiva.
Nada me sirve. Nada.
Ni soñar largos viajes,
ni proyectar mi casa junto al rumor del mar,
ni creer por un instante
que mi vida existe sólo porque la pienso.
Sin embargo qué fácil
para que todo me sirviera,
sólo con acercarte a este ser en hastío,
junto al lecho de muerto en el que desespero,
arrancaras la sonda
que instila la rutina
y en su lugar pusieras toda la vida en serio.



DE EXAMEN

Todo lo que hoy te puede salir mal
seguro que mañana saldrá bien.

Por eso si esta tarde
tu buena estrella se comporta como una niña indócil
que al llamarla juega a las escondidas,
no le des importancia;
cuando caiga en la cuenta
que por más que se oculte
vos seguís como si no pasara nada,
saldrá de su escondite cansada de esperar,
mudará de carácter
y marchará a tu lado, apenas dos pasos adelante,
culposa, sin mirarte, mansa.

Te espero confiado en tu victoria,
deseando que llegues y te sirva de tregua,
ojos cerrados, suspiro de ya fue,
vaso de agua,
oasis en medio del Sahara.

No importan los parciales: dos o diez,
igual te aguardo
con un íntimo ramo de ternura.
Pase lo que pase, mi amor te espera en casa.



HASTA QUE LLEGA PIAGET Y ME LA LLEVA

Todo está bien hasta las 19;
hablamos hasta aquí
de nuestras cosas
que no están en los textos,
de todos los después
que al no encontrarles clave
resolvemos a besos.
Y un minuto más tarde aparece Piaget
y nos miramos en silencio.

Muy bien, doctor, muy bien,
aquí está, se la dejo,
pero sólo para que le enseñe la teoría libresca
de la praxis que llevamos dentro.

Mañana, con la vida, pasaré a buscarla.
No me la deje lejos.

*

La vida no es jardín ni huerta:
apenas tierra desierta.
Depende del empeño y el amor
que ponga el cultivador.

Tras esfuerzos denodados
y cansancio renovado
podrás ver los resultados.

Y ya cerca de morir,
por tu tesón y paciencia
recogerás lo sembrado:
la experiencia de vivir.

Será el fruto más preciado
que al germinar te habrá dado
la semilla de existir.


BUENAS TARDES, TRISTEZA

Hay una tristeza blanda
que a veces llega
a eso de las cinco de la tarde,
entra por la ventana
de verdes diferentes
que el Sol ennoblece con su luz,
y no resulta extraña esta presencia iluminada
que cobra vida sin haberla nacido
a una hora inusual para estas cosas.

Cuando se han franqueado las jóvenes fronteras,
cierta melancolía sucede sin instante preciso
y desovilla el tiempo
que deja correr en nuestras manos
recuerdos de contornos desleídos,
débiles ecos de exaltaciones apagadas,
opacados reflejos
de la plenitud de otras horas,
en cantidad y calidad según se haya atesorado.

No hay un momento exacto,
pero ocurre,
porque el verano puede tener sus aristas de otoño
como golpes de invierno sobresaltar la primavera.
Uno es también la acumulación de todos sus instantes,
y así sucede que es posible
vestirse de hojas mustias en noviembre.

Deambular en otoño
–furiosamente agónico de todas las ausencias–
bajo frías hilachas de garúa en la bruma de parques solitarios,
asumirse sin ángel,
amar sin ser amado y aún tener esperanzas
y elegir la tristeza por toda compañía
siempre serán patrimonio de la adolescencia,
puerto de la vida que dejamos lejos,
ahora que navegamos hacia una orilla cierta.




9. 2. 84

Le diste cuerda a mi alma un jueves nueve,
le aceitaste los ejes y las ruedas
y la pusiste a andar para que pueda
seguir hacia delante, porque aún debe
estrenar un poema sin pasado.

Yo te ayudo a crecer; vos ayudame
a no volver al antes cuando llame
algún entonces que creí olvidado.
Así, entre los dos, creo posible
lograr el cometido que llevamos:
vos a correr la vida que te inicia,
yo a ser hombre cabal y perfectible.

Acompañame, Nico, aquí empezamos.


*

Mientras dormía a mi hijo en la penumbra terciopelo de su cuarto,
el alba despertaba detrás de los visillos
como si el siglo por llegar, a hurtadillas, me espiara.

Desde que él está interrumpí el monólogo;
le dije susurrando: esta claridad es el mañana que despunta,
cuando su luz se halle en el punto más alto de tu vida
acaso ya no esté,
pero recuerda que defendí su resplandor desde mi grito.

No olvides a los hombres que dejaron su aliento
por un mundo mejor que aún se demora.
Junto a los iguales de tu tiempo
será tu deber insistir en la misma esperanza.




*

Cuánto poquito voy a dejar, amigos:
algunos versos,
un montón de ganas,
una vida vivida con fervor,
otra que dejé para mañana.

Todas muy poca nada
las cosas
que sin darme cuenta
en un rincón fueron amontonadas.

No perduré ningún amor
porque ningún amor fue terminado;
que me perdone este amor
que ahora se demora a mi lado.

No dire: dejo un hijo,
porque le pertenece a la vida;
ella nos lo presta un instante
para sentirnos menos desgraciados.

Antes de irme
dejaré mi sitio limpio de proyectos,
para que otro lo ocupe
con su sangre y sus ganas;
me llevaré mi muerte
–reverso de la vida–
que a nadie ha de servir
y traje de la Nada.

No diré adiós,
bastará con mirarlos.
Me iré en silencio,
como corresponde
a los que están de paso.



*

¿Huyó la juventud, sin despedida,
o murió sin tiempo para el duelo?

Quedan rastros visibles,
algunos delgados y borrosos, marcas
de imperceptibles huellas de alegría,
densos los más, profundos como
la pisada de una bota de guerra
que hunde en el barro su carga de tragedia.

Aliento por un largo trecho a recorrer
–no vislumbro resplandores de oscuridad final–;
a partir de aquí lo andaré solo,
con mi bagaje de todo lo aprendido;
me despojo sin pesar
de lo inservible que arrastré como lastre.

Por lo que reste: sin ilusiones vanas,
sin mentiras falsamente adornadas.

Se fue mi juventud
sin la húmeda sombra de la lágrima,
sin que lo notara.
Ahora el sol se demora, tiene grietas;
de todos modos, vida, bienvenida seas.
Siempre.


*

Cuando vuelvo
a los días inmóviles,
cristalizados,
nada de lo que toco
responde,
nada de cuanto sacudo
vibra;
sólo mi sombra
estremecida
en los rincones del olvido.

Despierto en sobresalto,
retorno
a un presente de dudas,
de cansancio,
de negaciones y fugacidad
y digo: ayer fue;
un segundo hacia atrás
adelanta la muerte.




ESOS DOS QUE VAN CONMIGO

El niño que permanece a mi lado
se prodiga en morisquetas al pasar frente a cualquier vidriera,
con sus manos sucias me hace cuernos,
o a diez dedos imprime su impiedad
en los pulcros espejos de brillantes ascensores,
me invita a burlarme de atildados ejecutivos descartables,
debo apartar con rapidez de autómata
la traicionera cáscara que arroja al paso del apurado que no falta;
incorregible,
siempre me pone en estos trances.

Lo mismo ocurre con el adolescente de mi otro costado:
lo reconvengo
para que no hable a gritos
ni intente contar cuentos en velorios a los parientes más cercanos,
o se empeñe en seducir a la prima solterona de la novia
en casamientos donde apenas si fuimos invitados;
le detengo la mano
a punto de escribir el nombre de su amada
en un árido pizarrón de secundario;
me sobresaltan
su nihilista aerosol de grafitis subversivos,
su culto a lo bizarro,
la Fender desbocada a todo trapo;
cuántas veces debí borrar de afiches
de embusteros políticos pulcramente falsarios,
barba y bigotes grotescamente dibujados.

Así desde siempre son estos dos impredecibles
que cagándose de risa van conmigo a todos lados.

Dicen que para crecer hay que matarlos,
no es de adultos soportar sus imprudencias.
Mas no le presto oídos a consejos de mal aconsejados,
descreo de palabras cuadradas,
de gente de rostro bilioso de color amargo,
me cansé de severos para nada,
de ordenados según quién se los mande:
gerente, comisario,
insoportable esposa,
o un, dos, tres, de frente: ¡marchen!;
de misa los domingos y lunes de lascivas miradas.

Los que asesinaron a su niño intempestivo,
crucificaron a su adolescente
luego de traicionarlos,
van con su agriada adultez,
la corbata fósil sobre la falsa importancia acartonada,
y su cópula fláccida, quincenal, mejor nada,
boludamente insípidos
haciendo agua en su destino de chatarra.

No digo que sobrevivir sea una jauja
ni que por sonreír el poderoso abra sus arcas,
no se trata de eso,
sino de saber qué alegría naufraga
cuando se decapitan sueños
o las postergaciones los aplastan.

Los homicidas de sí mismos no se interrogan nunca
sobre lo vital traspapelado;
la autocrítica siempre será zona vedada.
¿Cómo asumir entonces el autocrimen perpetrado?
Para arrastrarse hasta el final del túnel
sólo con mentirse les alcanza.

Cuando lo único que se posee es su enfermedad,
cada enfermo la cuida como un bien de salud.
Pero se paga.
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