2.2.14

CIELO DE COGHLAN (2013)




















ELEGÍA DE COGHLAN

Cuando llegué a estas calles
tenía intactos la mayoría de los sueños,
el alma casi invicta
y el corazón con pocas mordeduras.

Envolvía al paisaje con más cielo que torres
un perfume de azahares y de naranja amarga,
fragancias de recónditos jardines
que al marchitarse
guardaron el último silencio de las siestas.

Salvo la adolescencia que la bebí por Boedo,
y alentando en Palermo
un nuevo resplandor de mis vivencias,
lo demás me lo comí por Coghlan:
con amargor de soledad los variados adioses,
con acritud de incertidumbre la mesa fría de la espera,
con la alegría de un pan lleno de sol
la esperanza de amor y la poesía.

La adultez de los años se fue desmenuzando
por veredas conocidas y viejas.

Entonces había esquinas de suburbio
con mezquinos faroles de macilenta luz
hamacada sobre adoquines tropezados de lunas.

En la nocturnidad de los zaguanes
aguardaba un anticipo de más dulces sorpresas.

Alguna novia antigua que no pasó de eso
en su tristeza lánguida reafirma lo que escribo.

Si digo Guanacache, ¿quién lo sabe?
Si nombro Bebedero, ¿quién lo entiende?
Si leo Naón, ¿quién piensa en Forest?
Si resucito a Del Tejar, ¿quién lo celebra?

En las barreras de Congreso
el otoño guillotinaba crepúsculos
para exaltación de melancólicos;
los últimos baldíos en la frontera saavedrense
alaban de mariposas yuyales y biznagas;
las muchachas anticipaban el verano
liberando el amor y sus promesas de septiembre.

Aquel Coghlan de cervecerías con glorietas
y algún despacho de bebidas
con su sapo mohoso, sus bochas astilladas
y naipes desleídos
que otra ciudad barajó en una esquina.

Ese Coghlan
donde decíamos después y aún había tiempo,
donde armábamos proyectos que duraban,
donde la vida me retuvo sin que me diera cuenta,
porque si se es feliz todo transcurre como en sueño.

Coghlan:
hay tanta intimidad de barrio bajo la amplitud de tu cielo,
que se me cae de las manos.

(Circa 2003)



DEL TEJAR

Tenía largas siestas de silencio
y sol chorreando luz de los canteros
verdeante, en medio de la calle
tan anchurosa como mis desvelos.
(Digo, allá en los 70, que no es tanto
si se mira con los ojos del alma.)

Luego irrumpió un apuro de automóviles
que mató el verdor con el asfalto
provocador de infartos de apurados.

Y ahora, ya Balbín —pobre ocurrencia—,
el que fuera Camino de las Tropas
nombrada Del Tejar —sin mucho acierto—,
perdió la antigua magia, acostumbrada
por nocturnos azules de verano
a transmutarse de avenida en cielo.

(Enero 1°, 2008)


A CLARITA

Doblaba por Tamborini a paso lento;
entraba a Pinto —la calle que la extraña—,
llena de buen humor su bolsa del mercado.

El tiempo es en extremo confianzudo:
sin aviso se nos trepa a los hombros,
desgasta días y sueños, y nos cansa;
pero a Clari, pequeña, casi duende,
tanto peso doblegó su esperanza.

Desde que falta su antes de plumero
hay libros con alergia en los estantes;
no hay ovillos de lanas de colores
para juego y aruños de mi gata.

Quien ya no muerde el pan en esta tierra
no hallará alimento en parte alguna;
lo creo así.
                  Pero ella, tan creyente,
acaso esté ordenando en algún cielo.

Sobre la mesa dejaré estas palabras
junto a la nota semanal de las compras
para que cada lunes las lea su fantasma.

(Marzo 29 de 2006)



MI VECINO MARIO

En más de cuatro décadas
el jardín renovó gorriones y jazmines
en la medida exacta para inaugurar nuevos veranos.

Mario, ordenador de rosas, alentador de fucsias azaleas,
cuidador de trinos, me sonríe desde su verde paraíso
que comparto de ojito cuando me descubre en la ventana.

Nos hacemos preguntas previsibles de respuestas sencillas:
—Qué hermosa está la gata —dice.
—Cómo creció el laurel —le digo.
Luego volvemos a las menudencias cotidianas,
nuestros simples trabajos sin réditos, los oficios del alma:
él prepara plantines en envases de plástico,
yo busco un libro, algún papel…, y lo de siempre.

Y así cada mañana,
viajando en la alegría del viejo y renovado sol,
los primeros rumores de la vida
me despiertan desde su jardín
y alborotan de luz mi almohada aún somnolienta,
mientras saludo a Mario
—dispensador de aromas y colores—
desde hace ya más de cuarenta años.

(2006)


CAFÉ  “EL VIVERO”

A Laura

Este café de Coghlan, donde no habías estado,
te sabía aun sin conocerte.

Aquí no esperé asombros
aunque entré alguna vez deseoso del suceso,
mas como nadie vino a mis manos vacías
retorné al hueco de soledad confiable
a acurrucarme en algún sueño inútil.
Esto sucedió más atrás de anteayer,
ya perdido entre los pliegue del pasado,
en años lejos,
donde ninguno de los dos había nacido a esta intensidad,
cuando sernos no era éste,
sino querer en otros.

Antes no fuimos el ahora que sí,
sino dos desconocidos entre otras luces y sus sombras.

¿Dónde, en suspenso, la vida esta?
¿Dónde este latir cuando entonces?
Tal vez sólo ave fénix,
cenizas para la resurrección
que la vida aventó en nosotros para vivirse.

(4 de octubre de 2004)



COLECTIVO 219

No tomarás el 219 en Pinto y Pedraza
—ya ni ese número es—,
sólo tu entonces puede hacerlo.

Es un colectivo invisible y lunático:
dobla por Freire,
se aleja hacia Monroe,
cruza el angosto puente,
baja por Superí hacia Los Incas,
y más no sé,
en un recorrido imposible,
a contramano por las mismas calles,
cuarenta años ayer.

De tarde en tarde,
un fantasma sesentista, nostálgico, asciende a él
en un viaje a sí mismo,
hasta un antes perdido en el tiempo,
llamado juventud.

(2005)



 OBRADOR

Máquinas viales se mueven por Monroe
—dinosaurios amarillos, hozando—:
bulldozers y retroexcavadoras
afanosas en remover tierra coghlense
para enterrar el antes.

Un atareado hormigueo de play-mobil
cambia un proscenio conocido
donde otros personajes actuaron múltiples escenas
de un libreto Buenos Aires siglo XX
y ahora, silenciosos, hacen mutis por el foro.
Dirigidos por eficientes ingenieros,
tramoyistas dinámicos montan otra escenografía
—telón de fondo del nuevo milenio—,
donde jugarán sus papeles novísimos actores.

Ya nadie esperará a que pasen los trenes:
cruzarán por debajo con su apuro;
alguien recordará las barreras,
las cuádruples vías de dos ferrocarriles,
la casilla del cambista,
y muchos ni sabrán cómo era entonces.

Este trajinar obrero del hierro y el concreto
acerca al hoy el Coghlan de mañana.

El del paso a nivel de fatigosa espera
—su alarma hurtadora del silencio—,
perdurará en qué fotografía que no tomé,
y deba recrearlo con el calidoscopio del recuerdo.

(24 enero 2011)


  
JULIÁN EN COGHLAN

De Boedo a Coghlan.
                                   Recaló en Sócrates
con tiempo justo para beberse el cielo,
el barrio tenía entonces glorietas en verano
y baldíos olorosos a frescura campestre.

Las cosas se le dieron como a los bienvenidos:
halló vecinos de silla en la vereda
igual a aquellos de Chiclana o Inclán,
y al estaño del almacén del Carpintero
—su mesa de tute, los versos de Manzi—,
lo empardó el mostrador de Superí y Congreso.

Nocherniego celebrador de madrugadas,
de regreso con la emoción transida,
en su cortada mínima encontraba reposo.

Por eso con corazón porteño, agradecido,
cuando volvía a su oficio de luna y buenosaires,
llevaba puesto a Coghlan sobre el alma.

(2013)



EL FRESNO

¿Cuándo plantaron el fresno en la vereda de mi casa?
¿Fines de los 70? Tal vez, no lo recuerdo.
Pero empecé a cuidarlo
al verlo solo en su endeblez,
con cinco o seis hojitas de temblorosas esmeraldas
y un hambre de luz viva
para su savia nueva.
Cualquier mano dañina habría quebrado
su naciente verdor,
su proyecto de copa rebosante de trinos,
su ingeniería de sombra.

(Por mis cuidados,
él me enseñó a ser padre.)

El fresno de la calle Pinto
que ya sabe cuidarse de cualquier mano artera,
convoca gorriones y loros bullangueros
con los que armoniza su propia melodía.
Digamos que ahora tiene treinta y tres primaveras;
mi hijo, veintiocho.
Cinco años de diferencia entre hermanos, no está mal.

(2012)



A BUENOS AIRES AQUÍ Y AHORA

A vos me une el amor, y no el espanto,
como al poeta urdidor de laberintos
y de entrevistos guapos. No es mi caso.

Aprendí a amarte en mañanas boedenses
enfundados mis sueños en overol azul:
taller de imprenta y tinta subversiva;
y en la mesa de iguales de la moneda justa,
entramando en los versos amistad y café.

Y lo poco que soy se lo debo a tus calles;
si no hubo más, la culpa es sólo mía:
sucedió —cuántas veces—, que me ratié al futuro
por demorarme en tu hoy contagiado de vida.

Sólo el amor nos une, no cabe aquí el espanto.
Soy un vate de barrio, un decidor apenas
que celebra en su sangre la dicha de cantarte.

(Febrero de 2011)



EXIGENCIAS

La ciudad me atosiga y atormenta
obligándome a todas sus demandas;
como una esposa, tiene sus berrinches,
como una querida, sus caprichos.

Mas si ella fuera fiel, no importaría
darle el gusto en cuanto se le ocurra;
pero resulta ser que me descuido
y con otro en la esquina da la vuelta.

No sé si Roma, Oslo o Kuala Lumpur,
¡ni París, con su look de casquivana!,
son iguales de infieles y alocadas.

Buenos Aires es así, pese a ser reina
(¡qué mal ejemplo de la monarquía!):
no quiere rey, sí amantes cortesanos.

(26, enero, 2011)




AÑO 3011

En el 3011 he de seguir aquí;
no hay manera de ser en otro lado.
Estuve en tu comienzo —palo a pique—,
pionero de tu destino largo.

¿No tropecé acaso en cuanta piedra
sembró la historia en tu camino aciago?
¿Quién sino yo, junto a los de mi clase,
puso el hombro,
los huesos,
las cenizas,
abrió la aurora, despejó alboradas,
gritó: ¡adelante!, y que el futuro pase?

Sos de cientos de indígenas,
otro tanto de criollos
y miles de inmigrantes.
Estamos aquí y no desertaremos.
Así como te hicimos desde el barro y el canto,
con esperanza y sueños
te seguimos forjando.

Queda dicho.
No tengo por qué irme.
Cuando te nombro,
otro lado queda en ninguna parte.

Y al igual que hoy, mañana te diré:
tenés mi corazón,
mi voluntad,
mis ganas…
Vamos andando, Buenos Aires.

(Febrero 2011)



BIBARRIAL

No desconozco al barrio que era mío,
él me desconoce a mí.

Como amantes que el tiempo desdibuja
en la pesada niebla de los años
y sólo reconocen instantes de alegría
y desazones compartidas,
así mi corazón deambula por sus calles
nombrando esquinas, convocando fantasmas,
hilvanando ausencias de padre y madre,
de amigos que fueron
y muchachas de zaguán a hurtadillas
que hoy sólo son recuerdos del olvido.

Entiendo que es ayer este silencio
que hormiguea de voces y sonidos
cuando entro a calles sin mi historia
donde ahora otros laten su vivencia,
y asumo mi autoexilio.

Porque me fui como se fueron tantos
a crecer porteñidad en otros barrios;
hago la salvedad: vuelvo
con una asiduidad más de lo aconsejable
lastrado con pesados entonces,
todos los aquí había, todos los aquí estaba,
a caminar por un Boedo que es
llevado de la mano por un Boedo que fue,
como un juego secreto, peligroso, ladino.
Tiene razón en no reconocerme
porque vuelvo nostalgia sin hablar de regreso.
Para Boedo soy otro:
alguien que lo ama hasta mellarse el alma,
que le debe su infancia
y los rebeldes gritos de la pubertad;
el que se nutrió con su historia de luchas
y que lo reivindica como patria del sur.
Y punto.
No hay nada más que hablar.

Llegó entonces la hora de asumirme
mirando el plano de la realidad:
cinco monedas más y cincuenta años Coghlan
es más que media vida. A decir verdad,
mi sitio desde casi medio siglo ya.

Sin desesperos ni contradicciones
me sé ahora de ambos barrios.
Siento que estoy en paz.

Y cuando juegue y pierda la última parada
me iré porteño honoris causa—ya lo dije una vez—
feliz de haber estado, y sin chistar;
en Coghlan —si se cuadra—, cerraré mi presente.
En Boedo —sin dudarlo—, moriré hacia atrás.

(2010)



AGRELIDAD

Llevo mi agrelidad prendida al alma
con el hilo invisible del recuerdo.

El tiempo aquel donde la vida no golpeaba
con lingotes de olvido herrumbrados,
aunque sí la pobreza que marcó a la niñez:
la pieza única compartida por todos,
enemiga de los encuentros íntimos.

Después la adolescencia
—verso sin pulir—, apresurada,
llegó fantaseando el lugar propio,
inalcanzable,
y cualquier tabuco me parecía un palacio.

Frente a la imperiosa necesidad de intimidad,
¡cuántas veces soñé con intrusar
el cuarto de Van Gogh!

(3. 1. 2008)



EL “POLACO”

Llegó a la vida con el tango puesto;
lo demás fue destino saavedrense:
el fervor futbolero por platense,
la fidelidad a lo que es nuestro.

Su canto nace puro en la vertiente
de su fraseo modulado en lunas,
azula el empedrado, y ya no hay duda:
el “Polaco” es del barrio y de su gente.

Cuando el abierto patio sea recuerdo
—sombra agachada en la memoria—,
y el último gorrión haya emigrado,
Buenos Aires guardará su historia:
su voz vendrá por cielos del pasado
a reafirmar qué somos y hemos sido.

(24 / junio / 2007)



GORDO EN EL CIELO CON BANDERA AZULGRANA

Vos eras más que yo: eras mi amigo.
En tardes de divagues y de hechos concretos
junto a la ventana del “Margot”
poníamos a punto sueños y proyectos
armados con el meccano de la esperanza.

No sé qué harás ahora en la perfecta imposibilidad;
se me ocurre que matando el no tiempo
andarás a los gritos por la espaciosa nada
diciendo: “Soy de Boedo,
barrio de tango, cultura y San Lorenzo”
y un eco desmedido —suelo escucharlo a veces—,
amplía tu vozarrón como una alarma.

Estamos los ateos y los que no lo son.
Y vos no lo eras.
Entonces tendrás ese lugar angélico —como te prometieron—,
para recorrer sin pausa y sin cansancio;
aunque como siempre, no conforme con esto,
estarás pidiendo una cortada San Ignacio del cielo,
fundando un teatro en la nube más pobre,
gestionando un consulado ad honorem para el barrio,
o bregando por tribunas para domingos de tablón sin barras bravas,
¿y por qué no una murga de ribetes boedenses
para alegría y disfrute de los ángeles reos?

No creo que presten atención a tus justos reclamos:
dicen que por allá las cosas son muy serias,
y que así deben ser
aunque a la larga tanta adustez aburra.

Gordo, de ser así, escuchame, sé que podés hacerlo
—ganas no te faltaron y agallas te sobraron
cuando hiciste en los altos de una esquina una caja de sueños—:
decile al Mandamás
que vas a lotearle un buen cacho de cielo
y construirás después nubes baratas
para los que emigraron con más nadas que sueños.
Ponete a patotear a ángeles de otros barrios;
a pegar carteles que proclamen: “Soy del sur”
en cada rincón del Paraíso,
a colgar pasacalles azulgranas en todas las esquinas 
mientras vociferás: “¡Ciclón, Ciclón!”
reventando tímpanos de arcángeles.

Entonces vas a ver que ese dios tuyo
que no entiende qué es haber nacido en este barrio,
harto de tus demandas,
atravesado y fulo porque ya no soporta
que siempre le ganés a ser más bueno,
cansado de oírte tanto Manzi, sus lunas y Malenas,
hasta la coronilla de Boedo, “Margot” y los amigos,
te meta de prepo en una nube con forma de tranvía
y te flete a la Tierra con boleto de ida.
Me juego que lo hace; doble contra sencillo.

Cuando ocurra, ya sabés en qué esquina te espero.

(14. 1. 08)



INSTANTÁNEA BAIRES

Los jóvenes dinámicos han hecho suya la ciudad,
corren adelantándose a su apuro,
veloces en sus aladas zapatillas.

Ausentes de cuanto los rodea,
bajan al subte los que nunca subieron al tranvía.

Conectados a celulares, tablets y computadoras,
viajan por la realidad virtual
mucho antes de ensayar pininos en la realidad de la vida.

(Abril 8, 2012)



VIEJO CAFÉ DE CORRIENTES Y DARWIN

¿Te acordás del café de Corrientes y Darwin
cuando eran los 60 pero no lo sabíamos?

La juventud, ansiosa y tersa
preparaba sin temor su sangre sublevada
porque la muerte no entraba en los cálculos.

Hoy pasé por la esquina;
aún parpadeaba, mustio,
cierto ardor de otras horas.

Sobreviviente lánguido
(¿sobremuriente, acaso?)
algo le está faltando a su irse de las cosas;
tal vez el entonces que fuimos,
viudo hoy de un pasado perdido entre las sombras.

(2003)



PORTEÑO DE PREPO

Soy porteño de prepo con corazón partido/repartido:
cuarenta años de Coghlan donde afirmé mi identidad,
dos décadas madurando en Boedo
y un par de años bajo cielo borgeano
de un Palermo donde sobrevivían almacenes
—minga de delivery: libreta de hule y reparto en triciclo—
con despacho de bebidas
de naipes aromados de ginebra en mesas percudidas.
Y para que la cuenta cierre, hay unos pocos
cruzando la General Paz:
dos o tres de Chivilcoy, mi alumbramiento oeste.

No quepo en la tanta alegría de saberme de aquí
cuando arriba, a la izquierda, la emoción me desborda,
y una voz porteña hasta la médula me dice:
“ —Suerte la tuya, malabarista de palabras,
haber iluminado tu alma con la luz de estos barrios”.

(2005)



PARA DESPUÉS

Cuando camine solo por calles de la Nada
esperaré encontrarme con mis barrios queridos:
Palermo en los 60, Boedo de mis desvelos,
y la quietud de Coghlan cerca de mis latidos.

Saldré a pasear mi sombra de eterno aburrimiento
por calles y avenidas que fueron y estarán
con vida de otras horas y otra luz, lo presiento:
Chiclana, Honduras, Bulnes, Agrelo, Del Tejar…

El sábado, sin duda, vendrá con los tangueros,
veré a Pugliese, a Arolas, a Piazzolla tocar
en la casa non-sancta de aire cristobalero
que regentea otra Vasca, de un cielo café bar.

La tarde del domingo nada tendrá distinto:
arrastrará igual mufa con lánguida cachaza,
y encenderé mi pipa por otra calle Pinto
mientras se aleja el bondi por Crámer y Pedraza.

(2007)



COLOFÓN

Seguiré en Buenos Aires, en su luz y su esencia
como un tema obstinato sin final, para siempre,
cuando la Vida cierre todas mis ventanas
y me empuje a salir por la última puerta.

(2012)

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