21.4.07

EL FUEGO COMPARTIDO (1967)





















LLAMADO

No te quedes detenido en la noche.
Peligra el nuevo día.

Despójate de esperas.

Sacúdete la duda.
Ajústate la vida.

En la tierra del hombre
te estamos esperando.

Ven con nostros camino de la sangre
a defender el fuego compartido.




MORIR EN VIETNAM

El odio yanqui voltea noches de sangre,
ametralla la luz, astilla la esperanza,
sacude con maldad, por fría impotencia
el árbol germinal de la alegría
y ahoga con gases tóxicos la dignidad del aire.

Allí están otra vez los mismos que en Corea
fusilaron palomas por la espalda,
destruyeron la paz de extensos arrozales;
los mismo que en Japón
horrorizaron al fuego de sus múltiples volcanes
cuando abrieron el vientre de Hiroshima
que se volcó en la tierra en flores muertas,
cuando a crudos zarpazos desgarraron
el corazón azul de Nagasaki.

Allí están otra vez martirizando
a los que se rebelan contra el crimen,
con nuevas armas construyendo el miedo,
con pardos helicópteros
lloviendo oscura muerte,
disparando
con dólares y balas de exterminio
sobre la aurora del tiempo que amanece.

Pero no,
mil veces no:
porque los vietnamitas triunfarán
desde la altura de sus pies descalzos,
desde la voz erguida de los hombres
que reivindican su derecho al canto.

Y si los yanquis no se van ahora
mañana habrán sido expulsados.

Vietnam no es sólo un pueblo que combate:
es la humanidad que está luchando.



LA PEQUEÑA ESCUELA DE AN HOA

Bambúes calcinados por el napalm,
decapitados lápices,
astillados pizarrones en blanco,
un montón de palabras no aprendidas
que cayeron de libros
quemados por las balas,
enmudecidas en el suelo,
y una campana hueca
en su agonía de sonidos,
solo testigo bajo los aviones
entre el humo y el miedo.


LA BATALLA DE BINH GIA

Llegaron por el aire con sangre y con tragedia,
con lustrosos generales sin brillo,
con acero mortífero desde los helicópteros,
pero también temblando bajo los galones
con un intenso frío que les arqueó en las nucas
el nunca más que les ganó la muerte.

Vinieron por el aire a fulminar el hilo de la vida,
con soldados de asombro que no sabía por qué,
con soldados camuflados con un miedo desnudo
que no tuvieron tiempo de quitarse la duda
cuando ya estaban muertos.

Estuvieron también
los mercenarios del whisky y alguno que otro dólar;
estuvieron para llevarse entre las sucias manos
sus destrozadas vísceras que no pudieron enterrar.

Porque en Binh Gia fueron derrotados
el técnico de la “guerra especial”,
el soldado agresivo a pesar de él,
el mercenario todo temblor y súplica.

El fuego ardió las sombras en Binh Gia.
Rojas llamas de pueblo devoraron la noche.



“OPERACION ESCUELA”

¿Qué pasará mañana Norteamérica,
cuando los hijos
de tus hijos
se enteren que los padres
de sus padres
quemaron pacíficas aldeas,
arrasaron diminutos colegios,
mataron cuanto nace a la esperanza,
ametrallaron niños,
y a todo esto llamaron “operación escuela”?

¿Qué pensarán tus niños
al mirar a sus padres,
cuando piensen en Vietnam
y sus casas sin risas,
silenciadas
por el abuelo que les sonríe desde el cuadro?



PENSANDO EN MI AMIGO

¿Qué será de mi buen amigo Ernesto
que solía decir:
qué fácil es la vida desde la ventana de un café,
y que un día del 59 partió hacia Norteamérica
–ese gran país de catástrofe–
a ver si las cosas le iban bien?

Nunca más he vuelto a saber de él.

Espero que no se encuentre en Vietnam
tirando contra mí.



COMPAÑERA

Mientras nosotros nos amamos
con labios húmedos y palabras nuestras,
Doan Thi Ngon Hen –obrera vietnamita
de la Cooperativa de Tan Han–
combate por las rosas de su patria,
crea poesía al pie de su ametralladora
defendiendo la risa de su pueblo,
se ilumina por dentro de esperanza.

Por esto es que te pido, compañera,
que después del abrazo
-no antes de que suceda, porque traicionaríamos
al hombre que nos nutre la vida-
abandonemos la tibieza del lecho,
el mirarnos sin pausa hasta el origen,
el dulce entresueño de después,
y volvamos nuevamente a la lucha
sin dar tregua a tanto odio invasor.

Así estaremos junto a Doan Thi Ngon Hen,
camarada que en Vietnam
también pelea por nosotros.



CARTA A UN GUERRILLERO VIETNAMITA

Fecho esta carta
en un lugar de América que puede ser cualquiera,
porque América es una
en toda su realidad quemante,
una en su furia,
en su dolor;
una en su amor de fuego
que entrega a los dolidos de la Tierra.

Y desde este horizonte,
en donde se rechaza al intruso
que se filtra por el menor resquicio,
voy a tus latitudes de valiente guerrilla
extendida mi mano,
hermano vietnamita,
porque marchamos por un camino igual
que nos acerca
para que nos veamos,
para poder tocar con nuestras manos de hombre
la realidad del hombre que habremos construido,
cuando esta débil tela que pretende envolvernos
haya sido rasgada totalmente.


*

Digo
que pronto acabará todo esto
porque larga es la lucha comenzada.
Muere mi hermano Juan,
muere tu hermano Vinh,
y así todos los días;
cada minuto que se suma a la hora
cobra el monstruo su presa
mientras recoge dólares de su siembra de muerte
(en tanto consienten satisfechos
los energúmenos ascendidos a custodios del amo:
los cipayos de América,
los títeres de Vietnam.)

Están en todas partes manchando cuanto tocan,
con los dientes mellados,
con las uñas quebradas,
a la espera
de que los pueblos caigan para dar el zarpazo.

Pero sabremos partir su duro nervio,
vaciar todas sus venas.

¡Volvamos contra ellos
todo el odio que en la pólvora encienden!

*


Es ardua la tarea de encender la alborada,
limpiar de moho la historia,
convencer a la gente que cualquier brillo engaña.
Pero tuteándonos con la alegría
todo será posible.
La brasa más ardiente no logrará quemarnos.


No es la alegría del fácil regocijo
la alegría de la que hablo,
sino la otra alegría:
la que nace del combatir diario contra toda injusticia;
la alegría del puño que defiende,
del pecho que cobija,
de los que no se vuelven,
de la mano que da,
del corazón que entrega.

La alegría que señala a los irresponsables,
la del grito
que sacude a los que duermen todavía.

Es tarea dura y lenta
esta de voltear los muros que nos ciegan la aurora.

Es tarea dura y lenta
pero es nuestra tarea.

*


Y aquí concluyo,
hermano,
estas líneas escritas con la sangre quemando,
esta carta
que quiere acercar tus latidos a mi pecho,
tu verdad vietnamita
a mi verdad latinoamericana,
tu hombre que eres a este hombre que soy,
seguro de saber no muy lejos nuestra total victoria
a pesar de toda la mentira,
de tanta
muerte
injusta
y toda la crueldad que tenemos en contra
de nuestra libertad y de nuestra esperanza.

Y si esto fuera poco,
si no alcanzara como motivo válido
el ser tan sólo un ser humano
para tener derecho a lo más elemental de la vida,
están los siglos que dejamos atrás,
agotados de haber bebido en ellos todo lo que sabemos,
y esto ya es suficiente:
razón de más para saber que el hombre todo lo transforma,
y que la historia marcha con nosotros.

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