23.4.07

HOMO PORTEÑENSIS (1993)





















SONETO A BAIRES

Vos sos mía, ciudad, aunque se oponga
tu marido legal: el intendente,
y te amo en cada esquina, entre la gente,
o donde este habitarte lo disponga.

En el tango que busca tu inocencia
para arrastrarte hacia su desvarío,
y en la música nueva, desafío
de luz-color llenando tu presencia.

A veces no venís cuando te espero
–con más ganas de vos que de mí mismo–
para ser tu nostalgia un sólo instante,
porque sabés a muerte que te quiero
aunque a veces lo niegue –por machismo–
y que habré de morir siendo tu amante.



ARTE DE AMARTE

Lo que sé de vos, ciudad querida,
lo aprendí por tus calles, en tus esquinas
y en una magia de palabras
que encendieron tus poetas mayores:
me tocaron con toda tu tristeza,
me colmaron con toda tu alegría.
Jorge Luis Borges, González Tuñón,
Nicolás Olivari, Carlos de la Púa,
me dieron la poesía y la ganzúa
para violar tu puerta más secreta.




A LA CIUDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD
Y PUERTO DE SANTA MARÍA DEL BUEN-AYRE

Lugar mío, ciudad: sin vos sería una lástima,
perdido entre otros sin voluntad ninguna,
con corazón prestado y sin destino.
Pero siendo tu enamorado desde siempre,
tu fiel sin concesiones,
me siento como una carta íntima
a la espera de un sueño que alguien pondrá en un sobre.


VOS

Ciudad, sos como un cuaderno Avón de tapas blandas
donde las cicatrices de las vías
son desdibujados renglones
donde generaciones enteras
escribieron su amor por cada una de tus piedras,
su desamor por tu reiterada indiferencia,
pero siempre volcando con intensidad
los sueños o la bronca, la desazón o la esperanza
–profunda, porteñamente–
sin pensar en arrancar las hojas
pese a las desprolijidades, a veces, de tu olvido.




(PARA GRABAR SOBRE UN MÁRMOL)

Tu color oxidado de hojalata
no ritmó su caudal para acunarme,
porque la vida vino a despertarme
al oeste del Río de la Plata.

Me trajeron temprano a tus orillas:
en Boedo fui naciendo a la aventura
de amarte a esquina y calle, con la hondura
que conjugan poesía y maravilla.
Y hoy que quemo los últimos asombros
en los cambiantes fuegos del camino
aún se enciende de vos mi amor sin pausa.

Cuando este ser que soy sólo sea escombro,
dirá la losa que cierre mi destino:
“Aquí yace un porteño honoris causa”.




CONGÉNERE

Enlatado en el subte, ensardinado,
tan deslucida su alma como el traje,
va manso a su tarea de engranaje
con vocación de suicida frustrado.

Pensar que ayer nomás era su casa
domicilio del sol; todos reunidos:
charlas, risas, café. Los muy queridos
momentos que vivió ¿tan pronto pasan?

Devorando estaciones ha llegado;
casi hasta respirar ahora se puede
porque otros engranajes han bajado.

En Florida ya empuja y arremete
hasta ganar su espacio. Ahora sucede
que el lunes llega nuevo aunque golpeado
y algarabía no hay más. En la salida
decapita al domingo el molinete,
se pone el traje anónimo la vida.



PREGUNTO COMO BORGES (Y UN POCO A SU MANERA)

Como Borges pregunto: ¿Y los malevos
–semidioses de barro y de leyenda–
en qué arrabal de un cielo de suburbio
sueñan desde ese Olimpo con los turbios
duelos que cimentaron su epopeya?

Como un rosal se marchitó su lengue
bordado con barroco monograma,
ni cenizas quedan de su pucho
que fue como su vida, que no es mucho:
lo que lució el malvón en la ventana.

Bajo cemento corre el Maldonado.
El arroyo Medrano repta ciego.
Hoy ninguno se agranda por Pompeya.
Nadie reta a la Muerte, sólo es ella
quien vistea con recuerdos y pasados.




TRUCO

a Pedro Gaeta

Orejeaba el naipe sin apuro, concentrado,
casi como para una venganza.
Decía quiero en voz baja, sin alarde.
(No lo vi; de esto hace mucho,
pero doy fe de quien contaba.)
Aceptar una flor lo creía mal presagio:
como si dios o el diablo le tuviesen lástima.

No era de tantos regalados,
cantaba 33 de envido sólo si lo azuzaban;
así y todo muy pocas veces perdió un bueno,
jugaba limpio, aunque sin dar ventaja,
no fueran a creer que los sobraba...

Pero un día la Muerte gritó truco;
retrucó (siempre en voz baja);
la Muerte dijo quiero blandiendo el as de espadas,
y como por primera vez mintió,
no dijo nada y se fue a barajas.




A HOMERO MANZI

Si como Shakespeare hubiese escrito Hamlet, Macbeth, Rey Lear,
o como Rimbaud Iluminaciones,
o Salomón el Cantar de los cantares,
o Keats concluido Endimión,
igual que cuando juntábamos figuritas,
te los habría cambiado por un verso de Sur.




CHARLES ROMUALD GARDES

Y fue por tu irte súbito, y la hoguera
que te convirtió en el ave Fénix del Río de la Plata.
De haber vivido, y si conservaras la voz atemporal
que ahora endulza las orejas atentas de los ángeles,
aquí entre nosotros, en tu Buenos Aires querido,
cantarías en cantinas donde nadie escucha,
en programas de TV los sábados por la tarde
para entretenimiento de escolares obtusos
y cualquier gritón desafinado/desaforado
rascando un rock horrible en su Yamaha
creería cantar mejor (¿Carlitos? ¿Quién es ése?).

Pero vos sos Gardel y nos jodiste
yéndote a dúo con la Muerte para seguir vivo;
sabías que no permitimos la genialidad
si no se está a un metro y medio bajo tierra, muerto;
porque de muertos nos nutrimos,
nosotros, treinta millones de nostálgicos
empantanados en el ayer,
negados al presente,
con las puertas cerradas al futuro
por el terrible miedo de cambiar.




A UNA REJA DE SAN TELMO

Ya no hay Amalias enamorando jazmines entre tus arabescos
si alguna guitarra reclamaba
la sombra que una lámpara vestía de temblor en los cristales
cuando el amor sobresaltaba su paloma
entre un novio unitario y un padre federal.

Pero este cancel de verde nuevo sobre óxido antiguo
que se abre a un patio de hortensias y muros encalados,
nos entra a un Buenos Aires de pulperías y candombes
por la puerta mayor de su barrio más viejo.




CONSTITUCIÓN

Sólo la jauría hambrienta del viento
alarga su hocico húmedo por las calles nocturnas.
Los rieles parecen más fríos
bajo los trenes quietos, como un olvido enmohecido que nadie reclama;
la intemperie de julio garabatea remolinos en los andenes,
aúlla en soledad, inconmovible, gélida.

Hace unas horas desalojaron su lugar de estridencia
los fanáticos de la religión estéril,
los fatuos mentirosos de la Biblia caduca y contorsiones de posesos.

La estación huele a fritura, a café quemado,
y hay un calor acogedor de cocina de campo
que los solos que florece el árbol de la impiedad no dudan en recoger;
hasta las voces de los que aguardan la primera formación bajan el tono
para no sobresaltar a los viejos dormidos en los huecos, tapados con cartones,
para no asustar a ese chico que llega por primera vez
–mal cubierto con desamparo la desnudez de su cariño–
a buscar su ración de calorcito junto a la desvelada luz de una vidriera,
(mañana abrirá puertas de taxis y cerrará las de su infancia),
pero esta noche estremecida dormirá su abandono.

De la pizzería, donde ya han volcado sillas sobre las mesas,
con un vino de más –es todo lo de más que tiene–
muy a su pesar se va el último nadie.

Afuera el viento y el frío aprietan sus dientes.

La estación es un enorme corazón humano que ampara las miserias del día.




POMPEYA

a Ana Cerrone


Todavía tiene cercos donde trepan campanillas
y un rectángulo de luz temblorosa
que se escurre sobre las baldosas del último almacén.

Hoy me perdí en tus calles por vicio de nostalgia;
volé junto a algunos gorriones
entre cornisas y fragmentos de entonces.

Sáenz rebota luz y estridencia,
a “La Blanqueada” sólo le queda su fabuloso anecdotario
y al Puente (con mayúscula),
cruzado por un apuro obrero de color metalúrgico
apenas si le miran su portentosa herrumbre.

Pero aún hay mucho sur; la afirmación del barrio:
los vecinos tempranero que barren la vereda,
parroquianos de los boliches lentos que mienten su truco,
beben pausadamente un vino memorioso
y aman a los gatos anónimos que nocturnan los techos.

Todos quieren su cielo
con una pasión por Buenos Aires que hay que ver.
El domingo los reúne la feria de pájaros
y acaso alguien recuerde
un pasado de lunas que se dormían sobre el terraplén.

Pompeya, Puente Alsina, Riachuelo de pesadas aguas,
mi aventura de siesta cuando hasta vos llegaba
desde mi patria chica que era el barrio de Almagro.

Todos le deben algo a tus atardeceres.

Tu gente te respeta y te profesa ese amor
hecho de la misma materia con la que se hace el alma.
Te quiero con la locura empecinada
que tengo por cada ladrillo ciudadano,
y casi tanto como a Boedo, que ya es mucho decir.




ODA MÍNIMA AL ÚLTIMO YUYITO  DE UN CORDÓN, EN BELGRANO

Levanta
cinco centímetros escasos
de verde temblequeante
entre el cordón y una baldosa
en una calle de tránsito insolente
–¿Moldes, Sucre, Echeverría?–

Nadie repara en su presencia
y el sol
apenas si le frota calor
cuando los autos no le enfrían de sombra
su poquita estatura,
al yuyito anónimo
que creció solitario entre bocinazos y hollín,
para recordarnos
que este cemento
no es de siempre,
que por aquí no más ayer era la pampa...




PARQUE DE LOS PATRICIOS

Parque de los Patricios,
donde el aire tiene un aire de familia
y el sol entibia las manos de Monteagudo
y de los jubilados
que añoran el trole del 16
hacia Grito de Asencio y Almafuerte,
el duro olor de los corrales viejos
y el mítico clavel del cuarteador
marchito en un coraje de cuchillos.

Parque de los Patricios,
todavía los ángeles dueños de las cornisas
custodian tu nombre
y hacen que reverdezcan los septiembres
para iluminar la primavera:
ayer uno de ellos me espiaba
desde la esquina de Arriola y Patagones.




TURISTAS

En San Telmo descorren los telones
que falsos escenógrafos decoran
y en la plaza Dorrego se enamoran
de dudosa armadura sin blasones.

Cualquier ladrillo viejo los conmueve,
una apócrifa aldaba es casi llanto,
y en los inquilinatos dan espanto
piezas oscuras, techos que se llueven.

Muchos boliches para los turistas.
Un baño escaso para diez familias.
Y los pibes descalzos tipical.

Al pie de un micro un guía pasa lista.
Ya han llenado sus Nikon con miserias
de este barrio que sufre y vive mal.




AL ALMACÉN Y DESPACHO DE BEBIDAS “EL TIGRE”
QUE ESTABA EN MAZA Y AGRELO

a Oscar Bulzomí

Del almacén que había en esta esquina,
de su truco mentido, su ginebra,
guardo nostalgias que el recuerdo quiebra
contra cualquier cordón, y no termina
de dolerme en lo mínimo si dejo
irme por los fantasmas de las cosas:
la foto de la Quilmes y la rosa
tatuada en el cristal del ancho espejo,
o la pálida luz que se astillaba
sobre los bordes de cachuzos vasos
embriagada del vino que habitaba.
Pero este viento-hoy, pese a algún llanto,
desparramó el ayer a manotazos,
igual que a los porotos de los tantos.




CARBONERÍA DE CRÁMER AL 1700

a Rubén Chihade

Creo que no hay más, o quedan pocas
carbonerías como esta
que permanece casi por olvido
entre edificios con mínimas cocinas
donde el carbón no ardió nunca.

En su interior resalta el cobre vivo de redondas cebollas,
destaca la plata del ajo su ortodoxa trenza,
hay un olor caliente de imperceptible carbonilla
y una báscula donde quién no pesó su infancia.

Esta carbonería que no es de mi barrio
es como si lo fuera,
porque hubo un pibe que compró una mañana
–cuando yo era otro pibe–
el poco de carbón que alimentaba
con su estallido y su chisporroteo
el fuego donde una madre cocinó
con más amor que carne había en la olla.

A esta carbonería –a la vuelta del puente–
un día no la veremos más.
Para entonces, de entre sus escombros,
con un terror de espanto en sus alas en vuelo
huirá de las orugas del omnipotente Cartepillar
el fantasma de nariz tiznada que habitó sus rincones.




PATIO

(Mañana)

Los ruidos de vivir amanecían temprano,
llenaban el patio con un fragor caliente
de gente que prepara su asalto a la esperanza.

Cada cual a su oficio de empatarle a la vida:
los padres con sus manos a acercar el futuro,
las madres con sus cosas de armar lo cotidiano,
atrás venían los chicos con barullos más grandes
inventando algún juego con maderas y latas
camino a los mandados mascullando el desgano.


(Mediodía)

A la media mañana el aire se impregnaba
de un aroma nacido en todas las cocinas
invasor de las piezas, todas casi ordenadas:
los muebles sacudidos ya tendidas las camas.

Al filo de las doce irrumpían sobre el hule
el sifón, rotundo y traspirado
con su alegría azul de burbujas picantes,
el áspero sabor del vino suelto,
y el suculento guiso que en los platos humeaba.
(Siesta)
Una fruta en la mano, cartera en bandolera
partían a la escuela los gritones del patio.
Diez minutos más tarde, un contrapunto
de ollas y cacerolas en el piletón desafinaban.

Después la plancha alisaba la ropa y el silencio:
la novela de las tres empezaba.
De vecina a vecina se pasaban un mate,
un plato con buñuelos y el chimento infaltable.

Guardapolvos con hambre a las cinco arrasaban.


(Noche)

Previa escala en la pausa del estaño esquinero
regresaban los hombres del amor y el esfuerzo,
y llegaban puntuales al ritual de la cena:
reunidos comentaban fragmentos de la vida.
Después, sin mucho más, los chicos a la cama.
Si vencían el cansancio los padres esperaban.

De alguna pieza a oscuras, un jadeo de dos
hacia el patio escapaba. El silencio
les entornaba los párpados a la última lámpara.

Había cita de gatos en los techos,
algún perro ladraba...




8 IMAGENES 8

“BARRA”

En la esquina
los que hoy no están.
El buzón convocaba.


CHICO DEL SUBTE

La estampita de la miseria
sobre la rodilla de la culpa.


MALEVO MUERTO

Sangre
de
luna
junto al farol.


CITY

Corazones ajados
agonizan
en bolsillos tintineantes.


OBELISCO (I)

En medio de la calle
–porteño incorregible–
para que vean todos.


OBELISCO (II)

Frente y perfil porteños.

Identikitde Buenos Aires.


TAPIAL

Sobre vidrios quebrados
la tarde despenó
su sol
más rojo.


CHACARITA

Inquilinato horizontal.
Desporteñadero.
(Otros
pagarán mis expensas.)




LEJOS DE CASA

En este viejo piso de Voltaire
acumulo la riqueza a la que aspiré:
un alto ventanal con lluvia en el tejado,
armonía y silencio
para pulir palabras nacidas de la vida en bruto,
Beethoven que me acompaña alguna que otra tarde,
la penumbra que elijo a cierta hora,
los recuerdos que invaden más de lo imaginado.

Aunque me falten cosas todo está bien así:
los pies en París, el corazón en Buenos Aires.




IDENTIDADES

Me dijo que era parisiense,
que además –puso énfasis en esto–
había nacido en pleno corazón de Montmartre;
y me miró, como quien dice envido.

Con treinta y tres de mano
pero cordialmente –como corresponde a un argentino–
le dije de mi cielo-Buenos Aires,
dejé caer que era porteño,
para más datos me deschavé de Boedo.

Estábamos a mano.
Podíamos empezar a entendernos...




DESPUES DE VARIOS DIAS

Desde París te extraño
con la melancolía
que tienen las botellas a medio terminar
y me envuelve el temor
de olvidar tus esquinas.

Qué locura, ciudad,
cómo sufro pensándote de otros,
no sólo ahora
que me encuentro lejos,
sino no bien traspaso la General Paz.

¿Habrá otro reo que te quiera más?




PIEDRA LIBRE

Cuando viajando el cielo
me encuentre
más cerca de mi cielo, Buenos Aires,
desde la ventanilla del avión voy a buscarte
como jugando a las escondidas.
No bien te descubra canto piedra libre,
toco pared
y no hay sangre que valga.



EXTRAÑO SEPTIEMBRE

Te extraño primavera
al no verte iluminar mis verdes preferidos,
sé que estás en el aire de esas tardes
con tu aroma a vientito de río
y tu alegría de muchacha estrenada de amor.

Te extraño primavera
por mis rincones apacibles de Coghlan,
emocionado por un romance prolijito por lo nuevo,
y tu savia que cierra heridas viejas.

Te extraño primavera
nacida allá, en mi Buenos Aires querido,
donde pese a no estar permanezco.



MI REINO POR UN CABALLO

Cualquier cosa por ver a mis amigos.
Por abrazar a mi padre.
Por caminar mi calle.
Por acariciar suavemente a mi gata.
Por hacer el amor con la que amo.




CAMBIOS/MODIFICACIONES

Desagotar el Sena, dejar fluir el Riachuelo.
Trocar los obeliscos: el de Plaza de la República
por el de Place de la Concorde.
Trasplantar el Botánico en el Jardín-des-Plantes.
En Place Furstemberg meter apretada toda Butteler.
En Notre-Dame la iglesia de Pompeya.
En el Pont de Tolbiac el puente Avellaneda.
Constitución en la Gare de l’Est
.Retiro en la Gare du Nord.
Barracas en Batignolles.
Honduras a lo largo del boulevard Voltaire.
El verde primavera de Figueroa Alcorta
sobre el dorado viejo de Champs-Elysée.
Quitar el Pont d’Iena, poner el puente Alsina.
Frente al Trocadéro el monumento a Alvear.
Corrientes nocturna en Saint-Germain.
Florida en la Rue de la Paix.
En los Jardins du Luxembourg (después de una lluvia)
un arco iris nacido en El Rosedal.
Boedo de punta a punta en Saint-Michel.

Y alguna cosas más
si decidiese quedarme para siempre en París.




BOEDO

Yo no vengo a hacerme la partida,
yo digo, no más, que soy de Boedo.
                              

Julián  Centeya

Estas calles son mi juventud y mis regresos,
esas esquinas mis furtivos encuentros
con el solitario aprendiz de poeta
que vaga todavía como un fantasma adolescente
por los techos de Colombres y México.

Sé que éste es mi sitio, por eso vuelvo
cuando sangro otoños hasta el verso
a dialogar de sombras con la sombra
desde la ventana del íntimo “Trianón”.

Cada piedra es amiga, es mío el silencio
que desciende del cielo, y el rocío de la noche
pone húmedos cristales de invierno a los faroles
como ayer los puso a mi tristeza.

Boedo: vieja imprenta “Floresta” en los fondos de Agrelo,
Alberto González y su urgencia porteña,
casa ocre de Marina y su calor amante,
hospital que me robó a mi madre,
poema de Mazliah,
lugar mío donde me está esperando
algún árbol amigo para morirme cerca.




MOMENTO DEL ‘56

Ya estoy viendo que esta noche
Vienen del Sur los recuerdos.

Jorge Luis Borges

Si miro atrás y busco cierto sonido,
un gesto que recuerdo preciso por San Juan y Liniers
acerca de un poema de Eluard que traduje
y una tarde de octubre Alberto Núñez hizo copias a máquina.
Digo si miro atrás en lo lejano
y trato de encontrarme en estos versos que no son aquéllos
y sin embargo se parecen, acaso porque fluyen de igual cauce,
debo decir que asumo la fugacidad de este momento
como la de los tantos vividos,
que no desentierro los huesos de otras horas
sino que continúo en la constante de este humano conocimiento,
gastando los latidos que apresuran mi vida.

Debo decir que comencé a escribir estas palabras casi con furia,
con el convencimiento secreto de vencerlas,
pero al decir: “Si miro atrás”, me consumió su fuego,
tal vez porque nombré la adolescencia que pasó,
que sin embargo en algún lugar arde,
aunque esté crucificada en un cruce de esquinas que es olvido,
y luces de mercurio velen tanta alegría
que llevé vestida de tristeza.



SONETO IMPERFECTO CON ESTRAMBOTE
AL TRANVÍA 55

Solía tomarlo en Boedo e Indepedencia
o en la esquina de Agrelo y 24,
cuando con Byron iba a Bellas Artes
donde solía casi estudiar de a ratos.

Venía desde Pompeya y sus baldíos
traqueteando hasta el cruce con Garay,
allí tomaba fuerza y repechaba
la cuesta de Tarija a nueve puntos.

Como si fuera poco, le faltaba
otra subida más a su regreso,
cuando encarando Tucumán arriba
cruzaba Alem como un fantasma viejo.

Un día descubrí que ya no estaba
mi adolescencia, su encanto secreto;
hasta el 55 me faltaba.

La estrella azul que desprendió su trole
ilumina el final de este soneto.

“TRIANÓN”/1

Boedo tiene una esquina que me desviste el alma,
donde no me es posible inventar otra historia.
Las cosas como son, sencillamente humanas:
a veces estar triste fue toda mi alegría.

Allí me suelo ver, solitario, en inviernos
de mínimas ganadas y máximas perdidas,
por este ser de nadie tratando ser de todos
ya tomada la curva de mi mitad vivida.

Pero está la poesía, ese íntimo oficio
de equilibrar la muerte, que no invada la vida,
y en esa mediaesquina de un sur dulzón y áspero
me dejo ser yo mismo. No importa si me espían.

Por eso alguna tarde, total, sin desesperos,
me sentaré a la mesa donde nace la lluvia
a esperar que ese basta que ronda la agonía
con su última sombra apague el fuego.


“TRIANÓN”/3 (O ANTI“TRIANÓN”)

Ni mesa renga ni mantel que cubra
como un sudario sobre al mármol frío
un recuerdo, un olvido, otros amores,
alguna espera: cosas que hoy son lo mismo.
Su ojo abierto desvela la ventana
tras cuyos vidrios neblinosos
encendía mi pipa en el crepúsculo,
me dejaba envolver de intimidad.

Apenas nada queda: una ochava,
ruina sobreviviente de otra edad.
Lo demás me es extraño; otro ámbito
donde por más que mire es inútil buscar
fragmentos que me guarden, una botella cómplice,
cucharitas gastadas, ceniceros golpeados,
o al menos una silla testigo: estuvo acá.

Pero el viejo “Trianón” está dentro de mí,
aunque hay un dolor firme, preciso, definido:
el de ser extranjero en mi propio lugar.



ODA A LA ESTATUA DE FLORENCIO SÁNCHEZ DE REGRESO 
A SU CRUCE DE ESQUINAS

No es el mismo lugar de otoño y primeros poemas donde te descubrió mi juventud:
el bulevar sombreado de veranos que ahora da gris de sombra a este recuerdo.

Veo tu bronce habitando Chiclana –adoquines más allá de mis citas–
enmarcado en los sienas cambiantes de mayo
contra los cielos lilas que caen hacia Deán Funes.

Cuánto contento nació esa mañana de mis ojos,
los mínimos ojales, los zapatos,
y se abrió en vuelo junto a los bisnietos de aquellos gorriones
que picotearon las migas de otro invierno
y descansaron después sobre tus hombros ateridos.

No es donde muere Oruro (donde estabas), pero me digo que es como si lo fuera,
porque al tocar tu traje metálico, ceñido, desprolijo,
de solapas levantadas entristecidas por el tiempo,
encontré a mi adolescente ensimismado al borde del peligro de soledad de la poesía
en tu mano quieta de finos y largos dedos, agónica sobre tu corazón.



MUTIS POR EL FORO

Cuando partí a buscar mi adolescencia
más que pronto volví, desesperado;
la hallé y la traje, intacta.
Ahora la guardo viva, silenciosa,
pura como una estatua
junto a mi maduro corazón,
hasta que el verde del último semáforo
nos dé paso,
abra mi última calle
por la que nos iremos, ciudad, de tu paisaje.

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