21.4.07

ARIES DOCE (1961)





















poema en el tiempo

hay ganas de dejarse arrastrar por todo
cansado de buscar lo que nunca ha de darse

hay un caer muy hondo
dentro de corazón vencido
vacío de tanto desangrarse

un no saber lo que se sabe
pero un saber cierto de cuánto se nos miente

hay un no explicarse la tristeza
las manos anhelantes de formas precisas
el tedio entre grisáceos muros
los tallos ahuecados de la angustia
y las amargas desazones que el tiempo derrama
en iguales minutos
sobre las columnas derruidas de los hombros

y el dolor de saber que ya todo está dicho
y que nada se dijo sin embargo
para finalizar esta cadena de horas que nos duele
nos pesa
que venimos repitiendo lo mismo
para que no se nos olvide
para que vuelvan a repetirlo otros hombres
sin que puedan alterar siquiera el orden de una letra

hay un morir inexplicable entre cosas inútiles
del que cobramos conciencia día a día
horrorizados
para quedar ahogados entre gritos
en un final anónimo.



día tras día

sobre los párpados vencidos
tras las órbitas cansadas
hay una extraña sensación de dedos invisibles
presionando con fuerza el resumen de todas las horas anuladas
la angustia del tiempo repetido

este dolor que se arrastra más allá de los días del amor sin 
dialéctica
en esa edad en que el cielo está lo suficientemente cerca como para ser cielo
y lo suficientemente lejos como para indagarlo

este dolor que ha traspasado todas los fronteras permitidas
demorándose en la zona de este hoy absurdo y negativo
donde es necesario hallar un motivo cualquiera para el comienzo de cada mañana
intentando afirmar la esperanza sobre lo más endeble
cuando no hay una realidad más firme para edificarla verdaderamente
en tanto se prosigue sin saber hasta dónde

y hay una poesía oculta
que aunque no se dijo y tal vez no se llegue a decir nunca
existe en lo profundo de algún sueño lúcidamente viva
y es lo que más duele.



grito

si uno pudiera extraer desde las profundidades brumosas de otras horas
el último otoño que todavía nos llora en las pupilas
deshacer esa red de recuerdos similar a la fina tela de una araña lentísima
o desterrar de la memoria los signos alfabéticos
con los que se construye el nombre amado y sus bellezas

si uno pudiera decir de la soledad y de la pena diaria a cualquier transeúnte
de la nostalgia que obliga a releer cartas marchitas
y sobre todo de la inmensa ternura
que se nos va pudriendo día a día como un fruto que aún nadie ha tocado

si uno pudiera preguntar si en un rincón cualquiera hay alguien que quiere ser amado
porque es mentira aquello de que el amor aguarda en una esquina
que al pasar nos tenderá la mano

si uno pudiera horadar los sueños
penetrar en ellos
reencontrar la primera mirada y el primer beso de la primera muchacha de abril
retenerla para siempre en una tarde creada para eso

si uno pudiera cerrar todas las heridas grises que fueron dejando
las citas sin presencias
enterrar la noche luego de agotarla
construirse una vida nueva no bien nacida la mañana
o revestirse de un absorto silencio y no pensar en nada

si cada abrazo jamás se destrenzara
si cada caricia tuviese el poder de retener a aquella que se ha dado

si uno pudiera romper el destino invencible e inventarse un horóscopo a gusto

si uno tuviera en quien volcarse íntegro
sabiéndose definitivamente amado.



paisaje al borde de la ciudad

a Marta Olivieri

el último hilo que unía la luz al horizonte se ha roto
sólo quedó un tenue resplandor violáceo

noche
cerrado círculo de oscuridad perpetua que cae sobre el río

en las dársenas duermen los barcos
por las calles la gente se apresura
alguien espera a quien ya no vendrá

el silencio acrecienta la agonía
el viento borra todo

desde el fondo del alma se clama por la aurora.



Milena

tal vez ayer al borde de la tarde otoño pálido
o esta mañana vestida de ceniza
no importa cuándo fue
alguna vez ha sido

las noches no tenían vientos esquinados
que golpean las risas de cemento de los ángeles
en las altas cornisas de arabescos en ese
que resquebraja el tiempo
ni los días girando en espirales húmedas
se le caían encima
en un incesante desprender suceso tras suceso

todo era más débil quizá pero más bueno
las tardes no abrían sus violentos crepúsculos
derribando la endeble construcción de una nueva esperanza
ni las sentía tan anónimas

nunca su sueño tan sin nadie
observando en el cielo los asteriscos que prende la noche

ahora su soledad tiene forma tangible
palpa sus duros bordes
siente

entonces los fatal
lo irremediable
entornando los ojos reconstruye con restos del ayer
lo inevitablemente muerto
que vuelve falsa realidad cada mañana.



muchacha gris

los desnudos ladrillo llagados acumulan años entre sus intersticios
las esquinas dolidas de viento
anegadas de citas inconclusas
empalidecen de reflejos eléctricos

bajo el techo de cinc con agujeros como monedas
el tiempo sangra sobre semanas y estaciones
donde una muchacha lastimada de ausencia
sueña junto a la vieja radio que le miente un romance imposible

la humilde sopa humea en la cacerola remendada
ella no puede abandonar la siempre igual radionovela

cuántas hermosas alas intangibles
cuántos falsos cristales tratando de ocultar con espejismos la agria realidad

la noche azul compacto remueve soledades

cuando el alba se filtre por las rendijas de la puerta
derramando tibieza en los húmedos rincones de la pieza
sus ilusiones serán gorriones muertos

cada noche comenzará la esperanza
cada mañana un pájaro morirá entre sus manos
la ciudad invulnerable proseguirá golpeándole los ojos
ella continuará en medio de la muchedumbre esperando

sus sueños mariposas irreales.



dolida ausencia

mi soledad te esperaba en la tarde 

apoyada en la curva del tiempo
pero no llegabas

una lluvia quebrada de cristales mojaba mi silencio
alguien pasó silbando viejas melodías
y el hilo de su música se enredó entre mis manos
frías de ausencia esperando tus manos

nombrándote para mi angustia me sorprendió la noche
el viento hirió de grises mis pupilas
entonces mi amor tuyo comenzó a dolerme
en el pequeño anillo que pusiste en mi dedo

la esquina se hizo absurda sin remedio
las calles sin tus pasos horadaban mi vientre
cada minuto sin tus ojos era un poco mi muerte
pero no llegaste

la lluvia

en los cordones
agonizaba trasparente.


signo

en esta soledad desprovista de azul
repite mi dolor tu último gesto despidiendo a la tarde

la noche llega con sus oscuras manos cargadas de presagios
llena de celestes círculos el aire
y quedo demorado
vuelto sin hoy hacia el recuerdo
allí donde muestra la ausencia
el horizonte mío que palpitó en tu pecho
los dorados crepúsculos llenándote los ojos
la verdad de tu alma
cristal de múltiples reflejos
que se pudo quebrar con sólo un rumor de alas

eras toda invadida de distancias
porque habías traspasado los límites oníricos
quise olvidar el tiempo
el espacio
volver hacia la reconstrucción de tu esperanza
porque aún eras un manojo de flores silvestres
cuando mi canto comenzó a forjarte

eras también lo que hoy no eres
vértigo mío de entonces
fuego a orillas del mar
herida vertical de mis días presentes

qué lejos sin embargo todo aquello

sobre estas latitudes todo inútil
sobre este ser fatal todo silencio

la soledad aumenta en torno al alma
la lejanía acrecienta esta llameante angustia
qué pena nuestra negada primavera

pero algo mío quedó en tu presencia
creando una nueva flor sobre tu boca
y el dulzor de una estrella entre tus labios.



posibilidad del reencuentro total

a Nodier Lucio

volveremos a ser nosotros mismos
una mañana que no nos nombrará el calendario
cuando los chicos no voceen diarios en las esquinas sin sueño
ni la herrumbre que justifica al tiempo
cubra de abandono las marmóreas lápidas
cuando no tengamos que mirar los faroles que mal alumbran las cortadas
a través de las ramas de los árboles
temiendo que la angustia adivine nuestra camuflada presencia
cuando no predestinemos a las flores en su destino de perfume
a yacer junto a una imagen que alguna vez tuvimos cerca
cuando el otoño no ahogue de grises los barrios humildes
cuando las muchachas de vestidos baratos y zapatos sin descanso
no entornen los ojos después de una novela
ni cierren las ventanas evitando el crepúsculo
cuando las tardes se decidan a navegar en los barcos de papel
que olvidaron los niños descalzos
en los charcos sin luna que ribetean los cordones
cuando algunos verbos conjuguen en presente y otros sólo en pasado
y ese pasado no acose la cabeza del hombre
volveremos a ser sin edad
como los ríos subterráneos que nacieron con la tierra.



solo y de pie sobre los días

qué soledad
qué pozo
qué pena inmensa la del hombre

con qué violencia de animal hambriento lo devoran los días
después de haber caído sobre sus hombros débiles

cómo el tiempo le taladra los ojos
con los que espera ver la flor prometida

entre tanto vacío su sola permanencia
en medio de fracasos su verdad que no muere

cómo duele este dolor del hombre
que me llega de lejos
como un griterío de muertos ignorados
acusándome acaso de no ser aún mejor

no es ni miedo ni duda
punzada fría agujereándome el pecho
araña presurosa que teje en finas redes graves indecisiones
es dolor simplemente
mano invisible que asciende por las vértebras tibias
febrilmente a lo alto
y que de pronto es puño golpeando en plena cara
que da en lo más oscuro
en lo más profundo de las grietas que se abren en nuestra permanencia vertical

y no es todo

lo más terrible es la impotencia
el saber de lo inútil de gritar y gritar
encerrado en un círculo de lágrimas adentro
y no tener más que viejas palabras para darle
y un invisible abrazo
que igual no alcanzaría a cubrir las espaldas de todos los hombres de la tierra.

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