LLAMADO DE ATENCIÓN
Cuando uno está cargado de silencios
que pretende desagotar con palabras
y no halla el cauce;
cuando uno ama, se sabe amado
y no se decide a quitarse la armadura;
cuando uno piensa en ella
como la verdadera descubridora de la mentira inútil,
pero huye de la ternura
buscando las nadas de las demás
temeroso del amor vital y trasparente;
cuando uno sabe que el otro entrega
un rotundo sí, pero se empeña
en devolver un no sin convicción,
por infantil temor a que descubran
todo el amor que le rebasa los ojos,
ese uno no está en condiciones
para recibir lo que discurre serenamente
–agua, días sin sobresaltos inútiles, amor
que se decanta en la serenidad de lo compartido,
no fraguado en exaltaciones momentáneas–,
sino que viene herido, maltrecho de otras horas,
saturado del mirarse interior,
roído por la “gloriosa soledad”.
Hay que salvarse a tiempo, darse cuenta
que aunque el sol lo recubra por fuera,
es necesario que lo invada por dentro.
Entre otras muchas cosas
heredé de mi madre ciertos hábitos nocturnos:
tomar un mate solo,
leer por la noche las noticias del diario matutino,
rever viejos recortes o hurgar en la alacena;
mientras todos duermen
sentirse más con uno mismo,
tirarse manotazos hacia adentro,
saber que la Muerte está a nuestro costado,
hermana o enemiga –eso nunca se sabe–,
pero capaz de compartir en el silencio
el vino áspero de la madrugada.
DE BRASIL Y BALCARCE
Precisamente yo que soy presente
con una inflexible voluntad de futuro,
estoy cargado de antes como el tiempo,
lleno de cierta música de ayer –inaudible para otros–
que a veces me cerca la sangre,
la cubre de colores,
de amigos que partieron a llenar sus guitarras de otros rumbos,
con los ojos repletos de veranos que dejaron algunas mujeres
que fueron como un vinagre azul en las heridas.
Colmado de recuerdos hasta el ras de la vida,
que desbordan mis manos de momentos y lluvias,
que me llegan del antes y no tengo.
Ayer me opuse a los espejos del pasado
para no verme muerto en otros días.
Pero aprendí que no hay por qué oponerse;
tal vez en esta contradicción me afirme
por el tiempo que falta.
Precisamente yo que soy presente
con una inflexible voluntad de futuro,
estoy cargado de antes como el tiempo,
lleno de cierta música de ayer –inaudible para otros–
que a veces me cerca la sangre,
la cubre de colores,
de amigos que partieron a llenar sus guitarras de otros rumbos,
con los ojos repletos de veranos que dejaron algunas mujeres
que fueron como un vinagre azul en las heridas.
Colmado de recuerdos hasta el ras de la vida,
que desbordan mis manos de momentos y lluvias,
que me llegan del antes y no tengo.
Ayer me opuse a los espejos del pasado
para no verme muerto en otros días.
Pero aprendí que no hay por qué oponerse;
tal vez en esta contradicción me afirme
por el tiempo que falta.
No sé si hace más frío que tristeza.
Este invierno que raspa a fondo el hueso
muerde un silencio más duro que la duda,
que es cuanto alberga el corazón.
Miente el pasado alegrías fantasmas
cuando nada ya vendrá del antes.
Es absurdo estar para la espera
sin que nadie llegue.
Ser para uno es un castigo.
Cuando nada me doy, ni la alegría
de sentirme, como hoy, un menos triste,
sé que demoro y saboteo
lo mejor por vivir, la falta que hace.
Esperando al amor inexistente
me malgasto en quereres que caen en saco roto;
predispuesto a un mañana a vela henchida
zozobro en un vino de recuerdos.
Lo más grave: todo el amor que entrego
casi inmortal de intenso, a fondo y sin permiso.
Lo lamentable y cruel que no lo digo.
Qué solo en mi alegría de estar un menos triste
en días que se plagian olvidos y melancolías.
Qué extraño es estar alegretriste
cercado por la cruel tristealegría.
AL DESCUBIERTO
La vida me arrinconó en el subte
sin darme tiempo a distraer mi soledad
en cualquier bello rostro,
y quedé al descubierto (pensé en el sol
estallando su luz
cuando se abre de golpe una ventana),
indefenso frente a dos hermanitos
que me miraban, reían,
mientras levantaba todos los pedacitos
desparramados de amor mío, grande,
que habían volteado con sus morisquetas
que me arrojaban como plumas,
al descubrir mi querer la vida toda
a la que esa mañana olvidé proteger
con la absurda coraza que me pongo
para ciertas ternuras.
La vida me arrinconó en el subte
sin darme tiempo a distraer mi soledad
en cualquier bello rostro,
y quedé al descubierto (pensé en el sol
estallando su luz
cuando se abre de golpe una ventana),
indefenso frente a dos hermanitos
que me miraban, reían,
mientras levantaba todos los pedacitos
desparramados de amor mío, grande,
que habían volteado con sus morisquetas
que me arrojaban como plumas,
al descubrir mi querer la vida toda
a la que esa mañana olvidé proteger
con la absurda coraza que me pongo
para ciertas ternuras.
Cargado está el revólver con balas de pasado,
cada tiro que contra mí dispare
matará el presente.
Antes de gatillar
es mejor que recuerde:
con esas misma balas
maté
todos los hoy posibles del ayer.
AGOSTO
Agosto martiriza con su viento
el aterido verde de mi vieja azalea
que entreveo en la bruma que acecha en la ventana.
¿Pero qué invierno es éste que no tiene
dos manos con frío,
las heladas serpientes
que mordían los muslos bajo el pantalón único
contra el paredón blanco de Conesa y Pedraza?
Me hace trampa este agosto,
mil grados bajo cero ya no será el invierno;
frío fue aquél, cuando si nada había
estaba el fuego-amor,
y bastaba.
Agosto martiriza con su viento
el aterido verde de mi vieja azalea
que entreveo en la bruma que acecha en la ventana.
¿Pero qué invierno es éste que no tiene
dos manos con frío,
las heladas serpientes
que mordían los muslos bajo el pantalón único
contra el paredón blanco de Conesa y Pedraza?
Me hace trampa este agosto,
mil grados bajo cero ya no será el invierno;
frío fue aquél, cuando si nada había
estaba el fuego-amor,
y bastaba.
Aún tenía mucha adolescencia
el bar de Lavardén y Caseros
al que una vez llegaste a mi vida
con los cabellos en incendio
y con tus pocos años.
El mismo viento en la esquina septiembre
jugueteaba con todos como perro sin dueño;
las campanas ondulaban al aire
su acostumbrado sobresalto de vuelo.
Al irme, el humo de la pipa
coronó un pocillo vacío
y había monedas de sol sobre la mesa:
propina luminosa que la vida
dejó por el recuerdo de ese ayer.
Hoy tuve una ventana de café en una esquina de melancolía:
te recordé de a cachitos para evitarle un infarto al recuerdo,
mientras paseaban por el parque los aprendices del amor
empujando con prepotencia a la esperanza. Y sonreí.
Pensé que si “veinte años no es nada”
dos veces veinte (largos) es doblemente nada
y saber que pensarlo es un pobre consuelo.
Estaba triste –con el alma descalza– pero alegre de estarlo.
Sólo faltó la lluvia. Pero me mojó el sol.
¿Y si se recomienza
y volvés a enjaular en mi esqueleto
las alas de tus pájaros nuevos?
¿Si en marzo, ya borroso de otoño,
ocurre que el silencio armoniza,
que hubo distancia pero no despedida
y contra todo lo creído el pasado nos sirve?
Lo posible es el lado más fértil de cualquier esperanza;
no siempre se empieza o se termina:
a veces se retoma el camino
que extraviamos por no mirar hacia adelante.
Estuvo mucho tiempo la falsaria,
iba al cine con vos pero no entendía nada,
te invitaba ginebras por bares de San Telmo
pero ella no bebía,
decía conocer todos tus libros y leía las solapas,
caminaba tu lluvia pero abría su paraguas,
sólo le importaba negarte a la alegría necesaria.
Llegó a decir te amo, y mentía.
Te inventó un ideal desesperado.
Te hizo creer que desangrarse en gris es importante.
Sólo a sí misma se ama.
Pero esto es el entonces.
Destruí los barrotes de aire de su jaula.
Está desamparada; no la mato por lástima.
Alguna que otra vez también salió conmigo:
se disfrazó de encanto,
de extraversión,
de todo pasa,
hasta en la poesía intentó ser palabra clara.
Pero andando la vida
descubrí la muerte que escondía en la manga,
le di vuelta las cartas, le desnudé su trampa,
me levanté a existir y dije basta.
Ya ves, el mismo juego que hasta ayer te mostraba.
Ganada para la libertad y el sol
ahora sos para mí.
Fue su último intento tomarte por la espalda;
pero no bien entraste cerré su oscuridad
y le agarré los dedos con la puerta del alma.
Quedó en un grito; seguirá gritando,
nosotros no iremos a salvarla.
Ahora sabrá qué es estar solo,
ella,
la soledad,
la extraña.
Traía una caja hasta el borde de lluvia,
caminaba pensando en vos, distraído en tus ojos,
asombrado con tu parecido a algunos versos de Prévert,
cuando tropecé con tu alegría,
me llevó por delante con su esperanza;
apenas salvé al corazón de caer al suelo
pero no pude hacerlo con la caja de lluvia
que me había regalado para regalarte:
se derramó sobre el vestido de la tarde.
Ahora te espero con las manos llenas de sol
–fue cuanto pude juntar, apresurado–
que te daré no bien llegues
en el tren de las dieciocho doce.
Qué extraño me pareció estar contento
en medio de la estoica tristeza del domingo;
me sentí desnudo y con corbata
repartiendo estampitas en un mitin de ateos;
qué cópula de amor con la esperanza
esa primera infidelidad a la nostalgia.
Cometeré un asesinato: mataré a mi alma de antes
porque en el mismo sitio no cabemos.
(O tal vez no haga falta:
el alborotar de cascabeles de tu alegría allí instalada
la forzará a juntar sus trastos oxidados
y que sin más, se vaya.)
¿Cómo va a compartir un territorio
donde el sol ultimó las soledades?
Hay demasiada vida para que pueda soportarla.
No es lluvia exactamente: apenas
si pelusas de agua que la noche desprende
cuando el viento sacude un cielo tembloroso.
Camino con vos sin que estés a mi lado
por calles resbalosas como peces heridos.
Del horizonte llega la vaga referencia
de la luz mortecina que bostezará el alba.
Ruedan autos fantasmas por la avenida húmeda
que ha duplicado afiches fluorescente de agua.
Mientras regreso a casa sin tus ojos conmigo
te pienso en cada gesto; siento sobre mi hombro
tu cabeza apoyada, descansando la magia.
Esta agüita sin vos que apaga viejos fuegos
viene bien a mi sed, donde estás instalada.
KILÓMETRO O
Atrás quedó el ruinoso muro
–medianera al olvido–
junto al cual me apoyaba a llorar mis cenizas.
Hoy, en el centro de tu vida,
fundé el mojón primero
de un nuevo camino a recorrer,
porque hay mucho destino por andar
con todas las ganas a favor
y algún dolor en contra.
Atrás quedó el ruinoso muro
–medianera al olvido–
junto al cual me apoyaba a llorar mis cenizas.
Hoy, en el centro de tu vida,
fundé el mojón primero
de un nuevo camino a recorrer,
porque hay mucho destino por andar
con todas las ganas a favor
y algún dolor en contra.
Quiero contarte cómo vive mi casa:
no bien abras la puerta ahí estará mi gata
esperándome, midiendo tu llegada.
Podrás ser para ella amiga o enemiga,
depende de qué cosas compartan.
La cocina posee una amplia ventana;
allí se habló de amor, de dolor, cosas varias,
uno habla siempre en la cocina con aquellos que ama;
en la cocina nos reúne el fuego, la sopa humeante,
pero además está la lágrima. La cocina es un poco
el purgatorio de las almas.
También verás el verde trepar por las paredes:
plantas casi sin nombre, simples yuyos del campo,
pero hay un potus loco que crece, crece y ama
a la muchacha antigua que preside mi casa.
Y están las azaleas que todos los inviernos
sangran rojo de flores si el sol las apuñala.
Acaso te sorprenda la desnudez de mis libres ventanas,
sucede que me gusta ver el mundo que pasa;
esas pobres ventanas de grandes cortinados
siempre me parecieron tristes pájaros quietos,
ciegos de cielo azul, con las alas atadas.
Los animalitos ingenuos, con su soplo artesano,
fueron apareciendo en sucesivos viajes,
los crearon las manos de las gentes humildes
que con sombra y dolor por esta vida pasan.
Están los varios cuadros de los muchos amigos
que contagian colores con pinceles que hablan.
La foto del tranvía y esa chapa de Agrelo
son un poco del antes que guardo con nostalgia.
En un rincón las pipas, mis fieles compañeras,
guardan aromas puros de bosques de otras tierras
que al quemar el tabaco algunas madrugadas
con música de oboes en el silencio cantan;
según las circunstancias, cada raíz conoce
la sal o el aleteo que corrió por mis venas,
un dulzor muy cercano o una amarga distancia.
Sé que estos muros guardan sonidos de otras voces,
es por eso que a veces los sello con cal blanca.
Es entre estas paredes donde tengo lo mío,
aquí es donde sucede la angustia o la esperanza;
si querés compartirlo éste es el sitio;
ya ves cómo es mi casa.
Una mañana ácida,
manchada con zumo del ayer
–amargo y viejo–
trepa sin sol la palidez del día
que cruje entre las manos del otoño.
La extrañeza del verde nos golpea
cuando un dorado abril asalta el alma.
Esta hora sin luz –contramañana–
suena su oboe en el aire muerto;
le responde a su música, un susurro
débil, como una flor arrinconada.
Cuidado poeta,
la emoción pura traiciona el poema
y hasta puede matarlo:
lo que se escribe
brota de la vida como un diamante en bruto;
necesitarás noches de fatiga,
trabajar y pulir
al íntimo amparo de tu lámpara,
para que sea poesía
esa luz –el diamante–
de ese carbón –la vida–,
lo que nacerás.
Sin temor, poeta:
no se acabarán las palabras,
otras habrá que cree el hombre
para mejor nombrar sus sentimientos.
Con ellas desmadejarás tu pensamiento,
pisarás la tierra, ascenderás al cielo:
Anteo o Prometeo, según el momento.
Sin prisa ni ansiedad,
no se extinguirán las palabras;
si así no fuese, nacerás otras,
a su tiempo.
La tarde de domingo garúa sobre los techos
la agrisada ceniza de la melancolía;
una tristeza mansa –de lo que fue contento–
cuelga de las cornisas hilachas de silencio
cuando algún desvivir pesa sobre los años.
Es la hora imprecisa de ruidos en sordina;
el crepúsculo intenta perpetuarse en la tarde
pero sólo consigue prolongar su agonía.
En esa luz primera que enciende una ventana
algún adolescente se inmola en un poema.
Si ven a una mujer de ojos de asombro
motivando poemas,
con un montón de realidades, altos cometidos
y que además sueña, tengan cuidado:
puede acribillarlos de alegría.
Si ven a una mujer –mujer por fuera,
niña a ultranza por dentro– caminar sin apuro
buscando libros por Corrientes
y de pronto levanta su mirada, tengan cuidado:
descubrió un barrilete,
puede hacerlos cómplices del cielo.
Si ven a una mujer vestir natural las cosas de la vida,
ponerse el sol como si lo estrenara
y que además sabe gastarlo a diario,
tengan cuidado:
puede desenfundar de su ternura una violencia de pájaros,
disparar a mansalva
ráfagas de azul y melodías.
Si ven a esta mujer no deben fiarse, marcha acompañada:
el amor es su fiero guardaespaldas.
No enfrentarla si no se poseen iguales armas.
Conviene estar alerta:
atenta contra el gris, las sombras, la rutina,
y ya exterminó varios cementerios de rabia.
Para quien dé con ella la recompensa es alta:
recuperará el amor y sus sorpresas,
asistirá al funeral de sus lágrimas,
enterrará en el olvido los ayeres,
los húmedos leños para encender nostalgias,
descubrirá que no era un mito: existía la mañana,
(y muchas otras cosas que por obvias no vale la pena
enumerarlas).
Atención: anda suelta,
es responsable de haber volado
las cárceles que encierran la libertad del alma.
Se ruega capturarla, o dar aviso
a los militantes de la vida con ganas.
Este día es igual a esa silla vacía
que, inmóvil, espera una presencia que no llega.
Es una superposición de espejos
en el rincón oscuro del cuarto más cerrado.
Es un basta que se intenta último
pero se diluye en la mañana.
La noche, que se supone interminable,
pierde su eternidad en cada amanecer
cuando el sol les desfleca sus azules profundos.
No se muere.
Se renace en el alba de las propias cenizas.